He estado a punto de morir 3 veces.

Primera caída: la muerte del alma.

Mientras estudiaba Ingeniería de Telecomunicaciones, a mis veintipocos, perdí todo interés por la vida.

De repente me vi estudiando una carrera que me vaciaba, yendo hacia un futuro que no me interesaba nada.

La apatía me infectó de pies a cabeza como una viruela, sin más causa aparente que haberme dado cuenta de que había hecho toda mi vida lo que se esperaba de mí, pero en realidad no sabía a dónde quería ir.

Perdí no solo las ganas de estudiar, sino de comer, de andar, de relacionarme… Estuve semanas sin articular palabra, aislado en una burbuja.

Simplemente, no tenía nada que decir, y lo que decían los demás me parecía hueco.

Un profundo sentimiento de vacío. No tener motivación para moverse cada mañana. La Noche Oscura del Alma.

Preguntarse ¿qué hago aquí?, no encontrar respuesta y plantearse que quizá haya que poner fin.

Afortunadamente, el apoyo de mis amigos y una autobofetada bien dada me sacaron del pozo.

Acabé la carrera… y nunca más quise saber nada de la Ingeniería.

Había descubierto la necesidad de dar sentido a mi Vida, de buscar activamente lo que me haga vibrar, de sentir que crezco y avanzo cada día.

Eso que tan bien expresa Chambao en su canción:

«pokito a poko entendiendo

que no vale la pena andar por andar

que es mejor caminar para ir creciendo»

Sin aspiraciones, sin proyectos, sin una vocación… podemos sobrevivir, pero es una vida bastante pobre.

Aún sigo en la búsqueda. Lo bueno es que buscar, en sí mismo, ya da sentido a todo.

A veces hay recaídas, pero a medida que envejezco voy a descubriendo más y más bellezas que hacen la Vida valiosa, y temas por los que interesarse y personas de las que enamorarse.

Segunda caída: la muerte del cuerpo

A la edad de 36 años, una hepatitis C que arrastraba desde pequeño degeneró en cirrosis, y solo quedó la opción del trasplante. Fueron dos en realidad… y luego una nueva recaída… y luego un tratamiento de pronóstico incierto…

Una larga travesía de los infiernos donde más de una vez vi el final cerca.

En esos momentos límite, uno tiene que tomar una decisión dramática: si merece la pena seguir sujetando su cuerpo o es mejor dejarse ir y descansar.

Yo decidí aguantar y la suerte sopló a favor, por fin.

De esta experiencia aprendí que nuestra capacidad de supervivencia es extraordinaria y nuestro cuerpo existe para la salud (y el disfrute).

Cuando se sufre un golpe así, uno de los principales retos tras la recuperación y para la recuperación, es confiar en que tu cuerpo sabrá mantenerse sano.

Coges miedo. Has pasado una experiencia traumática, al límite. Y crees que como todo se desmoronó una vez, lo volverá a hacer. Vives temiendo la siguiente recaída.

Pero con el tiempo -y mucho amor y ojalá un poco de ayuda profesional- vas recuperando la confianza en vivir y el enorme placer de simplemente estar sano.

Te das cuenta de que el cuerpo es tu aliado y que tú tienes que ser el suyo.

Decides dejar de ser sujeto pasivo que acude a la Sanidad cuando no queda más remedio y tomas la responsabilidad de tu propia salud, cada día.  

También aprendí que en el momento previo a la muerte, uno ve su vida como un relato breve, muy breve, que termina con un simple balance:

¿viví de la manera más intensa posible?

¿me arrepiento de lo que hice, o de lo que no me atreví a hacer?

¿Di de mí todo lo que pude?

¿Florecí, exploré todo mi potencial?

¿Amé siempre que tuve oportunidad?

De cómo respondamos a estas preguntas probablemente dependa tener una vejez y una muerte serena.

Sentirse satisfecho de lo vivido será el punto final (o quizá el principio del siguiente capítulo, quién sabe)

Tercera caída: la ruina

A punto de llegar a los 40, recuperado del trasplante y con ganas de hacer algo «importante», me embarqué en un proyecto ilusionante, pero que me traería consecuencias nefastas.

Con otros dos amigos y nuestras respectivas familias, nos lanzamos a construir nuestras propias casas en un pueblo cerca de Vitoria, con criterios ecológicos muy exigentes. Iba a ser el no va más en sostenibilidad.

Sin experiencia previa, cuando empezaba a asomar la Crisis del Ladrillo, con técnicas que los albañiles desconocían… ¿qué podía salir mal? 

Pues todo.

Pronto descubrimos lo complicado que es ajustar los gastos de una obra a su presupuesto, lo iluso que es querer dirigirla tú mismo, y lo fácil que el banco cierra el grifo cuando las cosas no fluyen.

3 años después había fundido todo mi patrimonio más un préstamo de 100.000 euros de un amigo, tenía una deuda acumulada de casi un millón de euros, y aún estaba atascado y no veía clara la salida del túnel.

Para entonces el resto de socios habían hecho mutis por el foro.

Por suerte, a veces el «cuando peor, mejor» se pone de tu parte.

Los bancos estaban empachados de viviendas embargadas y nos ofrecieron una salida: entregar las casas completamente terminadas a cambio de condonar la deuda.

Fue como avistar un crucero después de estar meses a la deriva en una barca inflable en el océano. Salvado. O casi.

Aún tuve que trabajar otros dos años gestionando la obra, sin ningún ingreso. Esta vez, por suerte, asistido por arquitectos competentes y un director de obra muy resolutivo.

Me libré por los pelos de un embargo de por vida y tuve la suerte de poder empezar de cero, que en este país ya es mucho.

De esta experiencia aprendí:

  • la importancia de escoger bien a tus socios y compañeros de viaje.
  • a saber medir tus fuerzas y no hacer apuestas demasiado arriesgadas que pueden hipotecarte de por vida, sino empezar pequeño e ir escalando en la medida que veas que las cosas funcionan.
  • que cuidar a las personas que trabajan contigo es esencial, porque la mayoría de la gente es generosa cuando eres noble con ellos. Incluso para decirles que no puedes pagarles.
  • que no debemos dejar que los fracasos, por sonados que sean, nos metan el miedo a nuevas aventuras. Los grandes batacazos enseñan grandes lecciones. «Si pudiste salir de aquella, puedes salir de cualquiera», me recuerdo.

Así que ya ves, tres momentos clave en los que rocé la muerte del alma, del cuerpo y la financiera.

A través de estos episodios, una revelación se iba haciendo más y más clara para mí:

¡Qué mal se nos prepara para los momentos de crisis!

¡Y qué poco se nos educa para sacar el máximo partido a la Vida!

En lo referente a nuestra salud, nuestras relaciones, nuestra economía o la relación contigo mismo….nos faltan herramientas tanto para superar las caídas como para volar alto.

Se suele decir que la Vida es la mejor maestra; cierto. Y que el sufrimiento forja el carácter; también cierto.

Pero ¿por qué hemos de crecer siempre de la manera más dolorosa? ¿por qué no aprovechamos mejor la sabiduría de los que nos precedieron y encontraron rutas a una vida plena?

¿por qué no se nos prepara desde jóvenes para afrontar los grandes retos de la Vida, y a hacerlo con confianza y hasta con alegría?

En definitiva ¿Por qué no hay una educación del Bien Vivir?

Sé que hay honrosas excepciones, padres y madres que equipan a sus hijos con valores fuertes, lo que les permite madurar rápido y llegar lejos.

También hay buenos educadores, psicólogos, etc.

Pero por desgracia, siguen siendo la excepción.

No puedo evitar ver que la mayoría estamos muy perdidos, empezando por mí.

Por eso, he decidido emprender una misión:

Dedicar mis talentos a investigar, adquirir y después divulgar aquellas habilidades y  herramientas que nos permiten sacar el máximo jugo a nuestra vida y pulirla como una joya.

¿Que cuáles son mis talentos?

Bueno, llevo toda la vida dedicado a la comunicación digital. Creando guías, cursos, documentales para divulgar conocimiento… y para vender, por qué no decirlo. Siempre al servicio de los sueños de otros.

Los que me conocen dicen que se me da bien escuchar, entender, sintetizar y crear relatos con lo aprendido, fáciles de entender y al mismo tiempo emocionantes.

Eso dicen. Ya juzgaréis.

Lo que hace tiempo que tengo claro es que ya no quiero dedicar mis talentos, sean pocos o muchos, a alimentar más de lo que NO necesitamos.

En su día abandoné la Ingeniería de Telecomunicaciones, porque me di cuenta que tener más gigas, más apps, o más resolución de pantalla, no nos va a hacer ni un gramo más felices.

Por la misma razón, me he propuesto dedicar mi energía solo a proyectos que mejoren significativamente la vida de las personas.

Esto es, que hagan su vidas más plenas, libres, felices. Pero de esa clase de felicidad que nace de dentro y es tuya porque la has construido tú, no la has comprado.

Me siento como un explorador con un mapa antiguo, de aquellos que contenían más vacíos que lugares cartografiados.

El mundo conocido ocupa el centro y tiene bastante detalle,  pero del resto de continentes apenas hay unas referencias costeras y un gran espacio central en blanco, lo desconocido. Lugares a los que solo han llegado unos pocos aventureros de la experiencia humana.

Soy consciente de solo no llegaría muy lejos en este viaje. Soy un tipo corriente, tan valioso e imperfecto como cualquiera, pero de experiencia limitada.

Por eso, iré al encuentro de esos aventureros que demuestran con su ejemplo que la Vida es una creación que podemos modelar a nuestro estilo, más allá de los moldes prefabricados.

De hecho, ya he tenido la suerte de cruzarme con algunas de estas luces, e incluso a algunas puedo llamarlos amigos.

Personas y colectivos que dominan el arte del Bien Vivir, a los que pediré que compartan su sabiduría con nosotros.

Les entrevistaré para que nos inspiren con su ejemplo. Pero también trataré de extraer consejos prácticos, aplicables a nuestro día a día.

Muchas veces, después de oír una entrevista que me ha inspirado, me he preguntado: sí, pero ¿cómo hago yo eso?

Por eso, quiero generar no solo inspiración, sino manuales de instrucciones. O sería mejor decir: libros de recetas.

Porque todos compartimos la aventura de ser humanos. En todas las épocas, en todas las culturas, disponemos de la misma gama de emociones, las mismas necesidades y parecidas aspiraciones.

Lo que cambia es la forma de resolverlas, en un creativo despliegue de estilos.

Gracias al legado de los filósofos y a los estudios recientes de psicología sabemos que los ingredientes de la felicidad son unos pocos y universales:

  • buena salud
  • relaciones nutritivas: sentirnos amados, reconocidos, ser parte activa de la comunidad
  • independencia económica
  • tener un propósito vital, algo que nos motiva a seguir
  • paz interior, autoestima, autoaceptación
  • crecimiento, progreso, aprendizaje
  • celebración y disfrute de los placeres
  • etc.

Con estos ingredientes básicos, cada uno prepara su receta personal.

Así que cuando me encuentre con los bienvividores, les pediré que nos desvelen sus trucos culinarios:

Cómo encontró su vocación, cómo se ha formado, cómo gestiona sus relaciones y su mundo interior, cómo se lleva con el dinero, cómo maneja las crisis y abraza la existencia…

Un libro de recetas para inspirarnos a crear las nuestras y compartirlas.

Eso sí, siendo conscientes de que lo que no se practica, no se aprende. Y que cada uno acaba creando su propio librillo cuando llega a maestrillo.

Siento que la vida que llevamos hoy en día nos exige tanta productividad y nos deja tan poco espacio a las otras facetas de ser persona, que estamos perdiendo nuestra humanidad.

Como un terreno agrícola excesivamente explotado que acaba perdiendo su fertilidad.

En definitiva, quiero contribuir a abonar las bases de nuestra humanidad con la esperanza de favorecer una cosecha de vidas más felices.