«La vida es una mierda». La queja como estilo de vida.

«La vida es una mierda».

Apostaría que esta es la frase que escuché más veces a mi padre, sobre todo en sus últimos años de vida. 

Sin entrar en las razones para ese humor tan lamentable (su infancia no fue fácil) este era el tono dominante de su carácter y marcaba a toda la familia.

Recientemente una amiga dominicana me hizo notar que los españoles nos quejamos mucho: sobre todo de los políticos, y en general de cómo está «la Cosa”. Cuando alguien pronuncia esta frase, miro de reojo a los presentes y siempre concluyo que todo el mundo sabe qué es “la Cosa”, menos yo.

¿Pero por qué nos quejamos tanto, no solo los españoles sino una buena parte de la Humanidad?

Para el que practica la queja como estilo de vida, siempre hay razones para quejarse.

Siempre hay una mosca en la sopa, o un conductor que no respeta el stop, o el precio de los tomates sube por las nubes, o no duermes bien esa noche, o tu pareja no te entiende, o…

Miles, millones de razones para reclamar, protestar, torcer el morro, echar pestes, estar harto.

Yo he sido durante buena parte de mi vida un practicante amateur de este deporte.  

Hasta que empecé a darme cuenta de que es como la carcoma. De forma invisible te va consumiendo por dentro y deja un núcleo lleno de agujeros, y una sensación de desasosiego crónica.

Entiendo que a bote pronto puede ser una forma de desahogo, y que incluso muchas veces se comparte con otros para estrechar vínculos frente a un supuesto enemigo común.

Vale, lo entiendo. Pero a poco que analices se hace evidente que estar todo el día con la queja en la boca no es rentable vitalmente.

Al enfocarse constantemente en lo negativo, en lo que no te satisface, acabas con un estado de ánimo gris.

Puedes acabar distorsionando tanto tu mirada que te vuelvas incapaz de disfrutar de nada, y acabas como Mick Jagger cantando “I can’t get no satisfaction”.

Debe ser estresante que te salte el resorte a la mínima provocación, a veces en medio de una situación agradable, cuando alguna de las inevitables “imperfecciones” de la realidad se te cruza por el camino y te brote, sin darte cuenta un «¡Vaya mierda!»

Hay personas tan habituadas a quejarse por todo, que pueden llegar al absurdo, como cuando el primo de un amigo recibió una casa y un huerto en herencia. 

Había cuidado en sus últimos años de vida de un tío que vivía pared con pared. Cuando su tío vio cerca el final, decidió premiar a su sobrino más atento. 

¿Dirías que es una situación entrañable, dentro del drama del fallecimiento? 

Alguien te muestra su agradecimiento, y puedes disfrutar de una casa… ¿Cualquiera se alegraría, no?

Pues el primo no.

No vio más que pegas. Tendría que hacer alguna reforma en  la casa, con el trabajo y dinero que eso suponía… Y claro, si no la habitaba, podrían entrar okupas, y además tendría que hacerse cargo del IBI… y bla, bla, bla

Pasaron los años y ahí sigue la casa, sin reformar, sin que nadie la habite, sin ponerla en alquiler… En fin, sin nada. 

Y es que a eso lleva la queja crónica, a la inacción. 

Aunque dice el dicho que “más vale encender una vela que permanecer en la oscuridad” a menudo pillas a los quejicas vocacionales evitando sencillas medidas que acabarían con la causa de su malestar. 

Así que solo hay una conclusión posible: prefieren no solucionar nada y seguir sintiéndose víctimas.

¿Qué placer absurdo nos vuelve tan irracionales?

¿Será que preferimos sentirnos víctimas indefensas del destino, antes que tomar responsabilidad de nuestro propio estado de ánimo?

¡Pero qué dices, Javier!

¡A veces sí tenemos razones legítimas para quejarnos!

No digo que no, que la Vida da golpes bien fuertes, y algunos tienen un eco que dura una vida entera.

Pero la experiencia ha sido tozuda en mostrarme que casi todo tiene solución, y lo que más solución tiene es nuestra actitud ante lo que nos pasa. 

Si decides que NO vas a reaccionar automáticamente a cada problemilla maldiciendo en arameo, créeme que se puede. Con un poco de entrenamiento, eso sí.

¿Se gana algo desengancharse de ese vicio? 

¡Vaya que sí! Mucho.

Si apuestas por ver el lado brillante de la vida, como Brian clavado en la cruz, los efectos son notables. 

Si dejas de quejarte, tu ánimo se eleva, ves la vida de otro color.

No es una actitud pasiva, ni mucho menos. De hecho, requiere un gran coraje darle la vuelta al humor que heredaste de tu linaje y tu entorno se empeña en perpetuar. 

No se trata tampoco de volverse indiferente. Hay injusticias que deben combatirse, problemas que deben resolverse… Pero la clave es la acción. 

No te quejes, echa a andar. Busca solución, si crees que la tiene; o acepta con humor lo que pasa, si ves que no.

¿Quieres ser más resolutivo, más alegre y hasta más popular entre tus amigos?

Deja el vicio de quejarte y practica la virtud del agradecimiento.

Ese ejercicio tan “tonto” de apuntar cada día las cosas de las que estás agradecido, me ha hecho descubrir una magia: Cuanto más lo practicas, más larga es la lista de personas y experiencias que encuentras de las que estar agradecido, y menos importancia le das a las molestas menudencias con la que la Vida sazona nuestro día a día.